En Chile, más de la mitad de los niños en edad escolar viven con exceso de peso. No es solo una cifra: es un reflejo de cómo nuestras rutinas, entornos y hábitos están afectando silenciosamente la salud de toda una generación.
El sedentarismo -esa falta de movimiento que se cuela entre pantallas, tareas y rutinas agitadas- se ha convertido en un actor clave en esta crisis de salud pública.
Este artículo busca abrir una conversación: ¿cómo podemos prevenir las consecuencias del sedentarismo desde el hogar, la escuela y nuestras comunidades? ¿Cuáles son los riesgos del sedentarismo? ¿Cómo transformamos los entornos en aliados del movimiento y el bienestar?
Aquí encontrarás respuestas prácticas, respaldadas por evidencia y con un enfoque cercano, porque cuando hablamos de la salud infantil, cada acción cuenta.
Un niño que pasa la mayor parte del día sentado -ya sea frente a una pantalla, en la sala de clases o en el auto camino a casa- pierde más que oportunidades de moverse. Pierde salud, energía y, muchas veces, autoestima.
Niños que se mueven menos suelen enfrentarse a niveles más altos de ansiedad, dificultades para socializar y menor rendimiento escolar. Incluso el juego libre -ese momento espontáneo de correr, saltar o trepar- se ha visto reemplazado por horas de quietud.
Además, la inactividad física está estrechamente relacionada con un mayor índice de masa corporal (IMC), lo que puede derivar en enfermedades como diabetes tipo 2, hipertensión y problemas cardiovasculares.
Romper con esta tendencia es urgente, y hacerlo desde la infancia es una inversión en el bienestar de toda una vida.
¿Por qué nuestros niños se mueven menos? Las razones son muchas, y casi siempre están fuera de su control:
Comprender estos factores nos permite ver que prevenir el sedentarismo no es solo una decisión individual. Es un esfuerzo colectivo que involucra a familias, comunidades, escuelas y políticas públicas.
Detrás de un niño con obesidad hay muchas veces un entorno que no ofrece alternativas saludables. En sectores con menos recursos, es común encontrar más locales de comida rápida que ferias libres. Hay menos parques, menos talleres deportivos, menos tiempo para jugar.
La educación de los cuidadores, el acceso a servicios de salud, la calidad de los alimentos disponibles y el tipo de vivienda también inciden. La obesidad infantil no es consecuencia de “malas decisiones”, sino de una red de desigualdades que limitan las posibilidades reales de vivir de forma saludable.
Por eso, intervenir en el entorno es tan importante como enseñar hábitos. Una política pública que instala un juego en una plaza o mejora la alimentación escolar puede hacer una gran diferencia.
En Chile existen políticas públicas que buscan revertir esta realidad. El Programa Vida Sana del MINSAL trabaja con niños, niñas y sus familias para mejorar sus hábitos alimentarios y niveles de actividad física, incorporando apoyo psicológico y seguimiento nutricional.
También está el sistema Elige Vivir Sano, que promueve estilos de vida saludables desde un enfoque intersectorial, articulando salud, educación, deporte y desarrollo social. Ambas iniciativas buscan romper el círculo del sedentarismo con acciones concretas, accesibles y comunitarias.
A nivel internacional, la OPS impulsa planes con un enfoque similar, incluyendo el etiquetado de alimentos, la regulación de la publicidad infantil y la promoción de entornos escolares saludables.
Pequeños cambios diarios pueden marcar una gran diferencia. Aquí algunas ideas que puedes aplicar desde hoy:
Recuerda: moverse en familia no solo mejora la salud física, también fortalece los vínculos y la autoestima.
El ejemplo arrastra. Si los adultos de la casa son activos, es más probable que los niños también lo sean.
Pero no se trata de convertirse en atletas: caminar juntos, jugar en la plaza, elegir escaleras en vez de ascensores, cocinar comidas más saludables... todo suma.
Además, madres, padres y cuidadores pueden involucrarse más allá del hogar: organizando actividades comunitarias, pidiendo mejoras al municipio o generando redes de apoyo con otras familias. Crear entornos activos no es solo responsabilidad del Estado. También empieza por nuestras decisiones cotidianas.
Educar para el bienestar es tan importante como enseñar a leer o escribir.
Las escuelas tienen un rol crucial para promover el movimiento desde el aula, integrando pausas activas, juegos, educación física significativa y alimentación consciente.
Capacitar a docentes, incluir a la familia en actividades escolares y trabajar de manera articulada con el sistema de salud puede cambiar realidades. Cuanto antes se aprenden los buenos hábitos, más fácil es que permanezcan para toda la vida.
Prevenir la obesidad infantil requiere mucho más que decirle a un niño que “haga ejercicio”. Necesitamos comprender su entorno, apoyar a sus cuidadores, rediseñar espacios, revisar políticas y, sobre todo, creer que el cambio es posible.
Actuar hoy es sembrar salud para el futuro. Porque cuando un niño juega, corre o ríe mientras se mueve, no solo se cuida su cuerpo, también florece su confianza, su alegría y su derecho a crecer en bienestar.
Categoría: Vida Sana
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