Se estima que en Chile existen más de 700 mil personas con algún tipo de sordera, mientras que a nivel mundial ese número alcanza los 70 millones. Esto indica que la discapacidad auditiva es una realidad con la que convivimos todos los días y si bien, hoy en nuestro país son alrededor de 500 mil las personas que pueden comunicarse en idioma de señas, siempre podríamos ser más.
Si bien, los orígenes precisos de la lengua de señas no son claros, se considera que la comunicación con signos ya existía en la prehistoria donde se teoriza que comenzó a desarrollarse desde el primer momento en que dos personas sordas necesitaron comunicarse.
Fue en España, en el siglo XVI, que el Fray Ponce de León comenzó a utilizar gestos para enseñar a niños sordos a hablar y escribir, un esfuerzo que eventualmente se esparció en todo el territorio europeo. Luego, en el siglo XX, los estadounidenses empezaron a hacer estudios científicos sobre la Lengua de signos americana (ASL), lo que sirvió para impulsar el idioma de señas a nivel internacional.
Nuestro país fue un pionero de la educación de lengua de señas cuando fundó la primera escuela para sordos de Latinoamérica en 1852, aquí, los alumnos podían estudiar las materias tradicionales en una forma accesible a sus capacidades.
El establecimiento sigue existiendo hasta el día de hoy, bajo el nombre de Escuela Especial Anne Sullivan, en honor a la destacada profesora estadounidense que educó a Hellen Keller, escritora y activista política sordociega.
Pese a esta historia, fue recién en el año 2010 que la lengua de signos se reconoció como lengua de comunicación natural bajo la ley nacional.
El lenguaje corresponde al conjunto de fenómenos de comunicación que tienen los humanos, incluyendo gestos, movimientos y articulaciones vocales. La lengua tiene que ver con los signos vocales o gráficos empleados por cada grupo humano o nación para comunicarse dentro de su contexto particular.
Así es que las personas sordas utilizan un alfabeto manual para hablar, pero este puede variar en sus significados dependiendo del país donde se encuentren. Por eso es que existe la Lengua de signos chilena (LSCH) y también la Lengua de signos mexicana (LSM), así como múltiples otras versiones alrededor del mundo.
Afortunadamente, hoy en día tenemos acceso a varias instituciones que se enfocan en la enseñanza de la Lengua de signos chilena para personas oyentes y sordas. Estas incluyen:
Además de entregar formación en la LSCH, estas también se encargan de promover la inclusión de las personas sordas, realizando charlas y talleres que invitan a la reflexión y al aprendizaje sobre esta cultura.
Para aprender y practicar de forma remota, también podemos apoyarnos de la tecnología con alguna de estas aplicaciones:
La respuesta es simple: mientras más personas aprendan lenguaje de señas, más inclusiva será nuestra sociedad, porque podremos garantizar la comunicación y el acceso a quienes tienen capacidades de audición distintas, lo que permitirá que progresen en sus vidas sin el enorme obstáculo de no ser entendidos.
Si queremos aprender, debemos comenzar por interiorizar el vocabulario gestual de la LSCH, para luego practicar lo más posible, ojalá con otra persona que sepa lengua de señas y siempre apoyándonos de herramientas como libros, guías, videos online y aplicaciones.